Jueves 06 Noviembre 2014 06:48 am

Hace varios días llevo pensando cómo comenzar a escribir estas líneas, principalmente porque no sé si tendrá algún sentido hacerlo, sin embargo aquí estoy tratando de contar y contarme a mí también, que al contrario de lo que dice el título de este post, que escuché en la película “Higher Ground” sí vale la pena brindar todo el corazón y todo el amor, si lo haces con la persona adecuada.

Muchos años atrás escribí: “No es tan difícil hacer lo correcto, lo difícil es saber qué es lo correcto”.  A pesar del tiempo me sigo haciendo la misma pregunta.

En aquella oportunidad reflexionaba sobre el amor, sobre Dios y sobre la condición miserable que tiene el ser humano. Quizás no sea lo suficientemente elocuente para expresarlo, porque recién comienza el día y todavía tengo la esperanza de que esta pueda ser una buena jornada, aunque mientras transcurren las horas, voy sintiéndome más solo, triste y miserable, por creer en lo que he sostenido como principios de mi vida.

Es momento de contar el leimotiv de esta reflexión.

“Hace un mes o poco más” como dice una canción de Tiziano Ferro, conocí a una mujer que originalmente la proyecté como un objeto sexual. No es muy cristiana mi confesión, pero es la realidad, no obstante la fui conociendo, valorando, y descubriendo literalmente la magia que provocaba en mí y que de alguna manera sigue provocando, por lo que llegué al punto de sentirme completamente enamorado de ella, completamente alucinado.

Mi lógica de hombre adulto, mis malas experiencias anteriores, mi falta de confianza en el género femenino, incluso mi desprecio por sólo encontrar en las mujeres sensualidad y sexualidad, sin un fondo mayor que ese, me llevaron a intentar mantener la mente fría y ser racional; pero no pude, no dejaba de pensar en ella, ya no como un objeto sexual, sino como un ser humano mágico, femenino, absolutamente completo.

No logré controlar mi ansiedad, me era imposible. Su sensualidad y sexualidad no eran burdas, su intelecto iba a la par con su belleza. Pensé que Dios por fin se había acordado de mí y me enviaba la mujer de mis sueños.

En mi mente se repetía esta escritura sagrada varias veces al día (Génesis 24:12):

12 «Oh Señor, Dios de mi amo, Abraham —oró—. Te ruego que hoy me des éxito y muestres amor inagotable a mi amo, Abraham. 

13 Aquí me encuentro junto a este manantial, y las jóvenes de la ciudad vienen a sacar agua. 

14 Mi petición es la siguiente: yo le diré a una de ellas: “Por favor, deme de beber de su cántaro”; si ella dice: “Sí, beba usted, ¡y también daré de beber a sus camellos!”, que sea ella la que has elegido como esposa para Isaac. De esa forma sabré que has mostrado amor inagotable a mi amo».

 ¿Locura, fe?…Me lo he preguntado muchas veces y hoy me lo pregunto más todavía. No obstante es lo que siento. Yo siempre esperé conocer a mi verdadera mujer, la que Dios tiene para mí, de una manera “mágica”. Pero no es un sentimiento que pueda ser sólo mío, ella también debe sentirlo.

En nuestra época mucha gente dice ser creyente en Dios o en otros dioses, dice creer en la “magia”, en lo sobrenatural, pero la verdad es que yo no lo veo, no tienen la sensibilidad de percibir nada más de lo que logren ver sus ojos. El ser humano en su generalidad ha perdido la capacidad de creer y por lo mismo ha perdido su capacidad de amar.

Para terminar mi relato, debo confesar con decepción y con una tristeza ya inherente a mi persona, producto o quizás víctima de este eterno retorno, como diría Nietzsche, de este permanente retorno mio al fracaso; al creer y que no ocurra, al sumar pruebas de que mis creencias son fallidas (no falsas) o en el mejor de los casos, que todo esto es una prueba a mi paciencia.

Desde que conocí a esta mujer, oré cada día con más ahínco, agradeciendo a Dios por conocerla, por permitirme creer, por sentir que nuestro Dios está presente en las situaciones cotidianas de la vida, sin embargo nada cambió.

Como ustedes supondrán, nunca más supe de ella. Quizás pensó que estoy loco, que el amor no es así, que brindar todo el corazón no es normal, que Dios no existe, que este no es asunto de Dios. Realmente no lo sé, quizás no pensó nada de eso tampoco, no tengo cómo saberlo.

No estoy en condiciones de juzgarla, ni menos juzgar a Dios, pero la última reflexión que me queda, la última pregunta que me nace hacerle a Dios, es: ¿Qué gané con esto? Hoy soy peor persona que ayer, tengo menos fe, menos confianza, más desprecio por las mujeres en general, más desprecio por mí y mis estúpidas creencias, que aunque quiera sacármelas de encima, inexplicablemente las sigo manteniendo, sintiéndome por esto peor aún.

Mi corazón vuelve a estar vacío y la próxima vez que conozca una mujer, la veré como siempre debí hacerlo, como un “pedazo de carne”, porque es la única manera que pareciese que disfrutaran ser vistas; y que en la práctica es lo único que me ha dado algún resultado afectivo, sexual al menos. Lamentaré ofender a Dios y lamentaré ofenderme a mi, porque es muy vacío, muy insignificante, pero tristemente real.

Reitero la pregunta ya no sólo a Dios, sino a todo a quien quiera responderla.

¿Qué gané con esto? ¿Qué gané con brindar mi corazón? 

 Mi primera respuesta es, sufrir desprecio.

By Anonymous sanctus

Esta era su canción…

Tiziano Ferro – Alucinado

Subido por Titto