La Nacion.cl
17 de octubre de 2007
Los derechos del paciente – Por José Aldunate s.j.
Entiendo que el Congreso rechazó una iniciativa que pretendía defender los derechos del paciente por temor a que con esto se permitiera la eutanasia.
Prescindiendo del episodio legislativo, es necesario ir al fondo del tema. Por lo pronto, es bueno que se reafirmen legalmente los derechos del paciente; los enfermos son sujetos de derecho y no meros objetos en manos de un médico. En los hospitales públicos hay doctores que ni hablan con sus enfermos para informarles y permitirles tomar decisiones. Lo hacen sí en sus
consultas particulares. Después, toman decisiones sobre tratamientos que tendrían que tener el consenso del paciente. He aquí un abuso del médico. Puede haber también un peligro para él, por cuanto lo podrían acusar por sus actuaciones u omisiones si no quedan debidamente delimitadas las respectivas responsabilidades de médico y paciente.
Tanto la razón como las tradiciones religiosas nos dicen que somos, cada uno de nosotros, administradores de nuestra salud y de nuestras vidas. Debemos respetarlas y cuidarlas, así como también lo hacemos con las vidas ajenas. ¿Hasta dónde llega este derecho de administración? Tiene un límite, claro está.
Hay consenso general en señalar una frontera a este derecho. No se puede buscar ni procurar directamente la muerte propia. Esto se llama «eutanasia activa» y vendría a ser un suicidio. En cambio, una «eutanasia pasiva» podría ser lícita en condiciones especiales. Cuando, por ejemplo, sólo se puede prolongar lan vida y tal vez una vida muy disminuida- mediante recursos extraordinarios y onerosos.
Un medio como éstos sería estar conectado a una máquina para poder respirar y vivir. Desconectarse sería aceptar que la enfermedad ponga término a la vida, renunciando a un medio que la mantiene muy onerosamente. Esto es «eutanasia pasiva» y se considera moralmente justificada y uno de los derechos del paciente que sería conveniente reconocer aún en la ley.
Es bueno tomar conciencia que la salud y la misma vida no son bienes supremos y que es lícito sacrificarlos a valores más nobles. Por poner un ejemplo: una madre puede entregar uno de sus riñones a un hijo enfermo, un padre puede renunciar a un tratamiento de su cáncer por financiar los estudios de los hijos, una anciana puede renunciar a una difícil prolongación de sus días para no complicar a toda su familia, un bañista puede exponer su vida por socorrer a un niño en peligro de ahogarse. Los cristianos que creemos en una vida mejor después de la muerte debemos sentirnos y actuar con libertad ante la muerte temporal. Todas estas actitudes enaltecen nuestra dignidad y nuestra libertad, y es bueno que sean reconocidas como derechos.
Los cristianos no miramos con desconfianza la afirmación de los derechos del hombre sobre su salud y su vida. Dios es como un padre que mira complacido cómo su hijo ha crecido y madurado y puede hoy asumir con autonomía su responsabilidad en la conducción de su vida. Confiamos en nuestra democracia y en la sensatez de nuestros legisladores para orientar nuestras conductas hacia la madurez y una sana convivencia.